A comienzos de octubre de cada año, se desarrolla en la costa de la Patagonia un evento que por su predictibilidad y constancia bien podría compararse con un eclipse. No se trata, sin embargo, de un suceso astronómico sino de uno biológico: los elefantes marinos de la Península Valdés alcanzan el pico de la temporada reproductiva. Durante unos pocos días se concentran en las playas más individuos reproductivos que durante el resto del año. Cientos de harenes se distribuyen como cuentas de collar en casi 200km de costa y el 85 por ciento de las hembras presentes está criando.
La primera semana de octubre marca el momento culminante del ‘año elefantino’, pero la temporada de reproducción comienza varias semanas antes y se extiende por algunas semanas más. Si realizáramos un recuento de la población reproductiva a fines del mes de agosto, encontraríamos muy pocas hembras adultas y ningún macho reproductivo. La escenografía cambia durante la primera semana de septiembre con la llegada de algunos machos y de más hembras. A mediados de septiembre, el número de animales sobre las playas aumenta visiblemente y se inicia una aceleración que hace cumbre alrededor del 3 al 6 de octubre. Hacia mediados de octubre comienza el éxodo. Los adultos abandonan la playas que se encuentran ahora ocupadas por las crías nacidas durante las semanas anteriores. Flacos, cansados y heridos, los pocos machos que quedan descansan en playas solitarias, antes de dejar la costa por un tiempo más largo aún del que les llevó reproducirse.
El elefante marino es una especie poligínica y la estructura unitaria de reproducción es el harén. El pico de la temporada reproductiva representa el momento de mayor número de harenes con la cantidad máxima de hembras por harén en la costa. Un harén consiste en un grupo de hembras (hasta 130) bajo el monopolio reproductivo de un macho adulto. No es el macho quien las agrupa, son ellas que conforman el núcleo inicial de un harén cuando llegan a los lugares de reproducción. El macho sólo aprovecha el ‘recurso monopolizable’ y trata de defenderlo frente a otros interesados. No hay lugar para todos los machos en condiciones de controlar un harén. La competencia implica la constante actitud de alerta, día y noche, marea alta y baja, calor o frío, y, eventualmente, la lucha.
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